The Lost Boys (Jóvenes Ocultos)



Introducción:

Joel Schumacher será mayormente recordado por su película St. Elmo, punto de encuentro (1985) y, en especial, por haber firmado una de las peores películas de Batman que se recuerdan (Batman y Robin, 1997), que puso punto final a la primera saga cinematográfica del personaje (la iniciada por Tim Burton en 1989).
En el interín rodó otra película, de relativo éxito en el momento de su estreno, pero que con el paso de los años se ha convertido en eso vulgarmente llamado Obra de Culto. Hablamos, como no, de Jóvenes ocultos (The lost boys, 1987).

Sinopsis:

Tras el divorcio de sus padres, Sam y Michael acompañan a su madre a vivir en Santa Carla, una apacible localidad de la costa californiana, que casi parece sacada de un viejo tema de los Beach Boys. Sin embargo, al poco de llegar, los hermanos empezarán a descubrir que la vida en Santa Carla no es tan tranquila como parece, aunque si puede llegar a ser mucho más aterradora de lo que pensaban.


Sobre la película:

Jóvenes ocultos es un filme extraño, a medio camino entre la comedia juvenil romántica y el cine de vampiros, con algunas escenas de genuino terror lastradas por otras de un humor infantil algo trasnochado, a mayor gloria de sus protagonistas, los dos Coreys, de los que hablaremos más adelante. Desde un enfoque más amplio, Jóvenes ocultos se enmarca en una fugaz corriente renovadora del género vampírico que nos dejó también títulos como El ansia (1983), Noche de miedo (1985) o Los viajeros de la noche (1987) y que desembocaría en Entrevista con el vampiro (1994). Sin embargo, la que nos ocupa tiene algunas señas de identidad que la hacen especial, sino diferente.
La más obvia es la referencia (ya desde el título) al Peter Pan de James Barrie. En la obra del autor escocés los jóvenes ocultos eran los amigos de Peter, que vivían en aquel parque de fantasía que era el país de Nunca Jamás. Y, como el propio Peter, mientras permaneciesen ahí no envejecían, al igual que ocurre con los vampiros de la película de Schumacher:

“Duermen todo el día.
Se divierten toda la noche.
No envejecen. Nunca mueren.
Y viven para matar”.

Qué duda cabe que el eslogan de la película (al menos, las primeras líneas) no dejaba de ser atractivo para cualquier joven adolescente de la época. Desde ese punto de vista, David y su grupo no dejan de ser una versión retorcida de los colegas de Peter (Pan, no Stephen Fry). A mayor abundamiento, Santa Carla está empapelada de carteles con el retrato de personas desaparecidas (Lost), entre las cuales se encuentran los miembros del clan vampírico de David. La película juega, pues, con una dualidad muy sugerente: ser un vampiro es una maldición, pero también es divertido. Eres (casi) inmortal. Estás libre de horarios y ataduras éticas y morales. Eres más fuerte, más rápido, puedes volar y hacer trucos increíbles con la mente, como la escena en que David juega con Michael al hacerle creer que está comiendo gusanos en vez de tallarines. Lejos de la nostalgia empalagosa del Louis de Entrevista con el vampiro, o la afectación (algo impostada) de Bela Lugosi, los vampiros de Schumacher son jóvenes, atractivos, visten a la moda, se divierten y disfrutan de su condición como no-muertos. Al menos, la mayoría, ya que la incorporación de Michael abre un cisma entre sus filas al separar a Star (y, con ella, a Laddie) de la influencia de David.


En cierto modo, se puede considerar a David y sus chicos como una especie de versión vampírica de esas sectas que proliferaban en la California de los ochenta, intentando captar a jóvenes desarraigados procedentes de familias desestructuradas, como los propios Michael y Sam. No sé si esta idea estaba presente en la mente del director y de los guionistas, o es una posible lectura a partir de la película, pero entronca con otro de los ejes argumentales del filme: la familia. Max, el vampiro Alfa, está obsesionado por formar una familia. Y cuando conoce a la madre de Sam y Michael, decide vampirizarles para cerrar el círculo y convertirse todos, al fin, en una familia, o al menos en la versión vampírica de una familia. Al contrario que David, que desde el principio se nos presenta como potencialmente peligroso, Max parece una persona correcta y afable hasta que, casi al final, se quita la máscara y se revela como el monstruo que es, pero ¿es realmente un monstruo? ¿Acaso no busca Max lo mismo que todos nosotros, ser feliz en compañía de tus seres queridos? La diferencia es que Max no les deja a sus víctimas libertad de elección: o mueres, o te conviertes, lo que viene a señalarle como el equivalente vampírico de un padre/marido controlador y abusador. Insisto, no sé si esto es algo buscado a propósito, o una interpretación propia fruto del revisionismo imperante hoy en día, pero no deja de ser una posibilidad, y una muy interesante (en mi humilde opinión), al igual que la hipotética subtrama gay entre David y el propio Michael.
No es ningún secreto que Schumacher es homosexual. Y aunque su trayectoria profesional no se caracterice por ser excesivamente queer o reivindicativa, si es posible percibir una cierta aproximación al mundo y la estética gay en varios de sus filmes. Al fin y al cabo, estamos hablando del cineasta que sacó a Batman de las sombras para arrojarlo a un universo caleidoscópico de luces de neón y villanos coloridos, armaduras con pezoneras y primeros planos de los glúteos y de la entrepierna de sus protagonistas. Y algo de todo esto se puede intuir en la relación entre David (seductor) y Michael (seducido), aunque el joven vampiro se valga de Star para terminar de atraer al reticente recluta. En cierto modo, Star viene a ser la semilla de la discordia: la única chica en un universo preponderantemente masculino, y que al corresponder a Michael decide enfrentarse a David, separando a ambos jóvenes para siempre. El suyo es un triángulo tan fascinante como imposible, que sólo puede acabar con el sacrificio de uno de sus miembros, en este caso David.


Algún lector atento observará que, a lo largo de este análisis, he dejado aparte las aventuras adolescentes de Sam con los hermanos Frog, y es cierto. Aunque los Frog son uno de los elementos más queridos y añorados por los fans de la película, su presencia siempre me ha parecido una concesión al cine más comercial y adolescente, que sirven de contrapeso en clave de comedia a la tragedia que está viviendo Michael. Si bien es cierto que mucha gente valora esa equilibrada combinación entre humor y terror, entre aventura juvenil y cine de horror para adultos, en mi caso las escenas con los Frog me sacan de la historia y, de hecho, la trayectoria profesional posterior de los dos Coreys ha sido más bien discreta, cuando no desastrosa. Pero, de nuevo, ya volveremos a eso.
Al navegar entre el cine de terror y la comedia juvenil más convencional, Jóvenes ocultos se ve obligada a ofrecer un happy end, una resolución satisfactoria para todos los públicos. En este caso, la cura del vampirismo consiste en liquidar al vampiro Alfa, en un primer momento David, y más tarde Max, cuando se descubre que el joven sólo era su lugarteniente. No sé hasta qué punto es razonable, o convincente, esta solución. Como diría el Dr. Neville, ¿basta con eliminar al portador para curar a los infectados? ¿Y qué pasa con la gente que se infectó hace muchos años? ¿Muerto el líder van a envejecer hasta reflejar su edad real, o van a permanecer jóvenes y lozanos? En descargo de Schumacher y los guionistas diremos que Noche de miedo, estrenada dos años antes, ofrecía una solución parecida, aunque a título personal siempre me ha parecido más convincente la transfusión total de sangre que planteaban en Los viajeros de la noche, más acorde con el espíritu realista y revisionista de Richard Matheson. En cualquier caso, el remedio funciona, y tras la muerte de Max, Michael, Star y Laddie se liberan de la maldición del vampirismo. Caso aparte es el de David. Mientras que el resto de los vampiros explotan, se derriten o se deshacen en cenizas, David acaba empalado y al morir recupera su humanidad, como Darth Vader al final del episodio VI. Ojo, que esto traerá cola, como veremos a continuación.


Las secuelas:

Curiosamente, para ser una película de culto las secuelas de Jóvenes ocultos se han hecho de rogar y tampoco han atraído a mucha gente del elenco original. De hecho, la única presencia recurrente a lo largo de las tres entregas es la de Edgar Frog (Corey Feldman), que en Jóvenes ocultos 2: la tribu (2008) y Jóvenes ocultos 3: la sed (2013) interpreta a una versión envejecida y más escéptica de su personaje, con un cierto aire crepuscular y autoparódico que es de agradecer. En general, son secuelas low cost, rodadas para el mercado de vídeo y DVD, y que apelan a la nostalgia de los fans para compensar la pobreza de medios y de talento.
Otra cosa son las secuelas en comic. Existen dos, publicadas en diferentes momentos por editoriales diferentes y sin puntos de conexión en común. La primera de ellas, Lost Boys: Reign of Frogs fue publicada por Wildstorm en 2008 y sirve de puente entre las dos primeras películas, además de explicar el misterio en torno a la ausencia del segundo Frog. La siguiente, The lost boys, apareció dentro del sello Vértigo de DC Comics y no tiene nada que ver con la anterior. De hecho, esta segunda recupera a muchos de los personajes de la película original e incluso trae de vuelta a David, aprovechando que este no se había desintegrado, como el resto de sus compañeros. Por lo demás, la trama se centra en relacionar los eventos de la primera película con un antiguo culto vampírico prehistórico, que permanecía oculto en las cavernas bajo Santa Carla. Si me apuran, confesaré que prefiero cualquiera de estas dos miniseries de cómic que las secuelas cinematográficas. Sobre el papel, la imaginación del guionista sólo está limitada por el talento del dibujante de turno y, en general, son historias que captan el espíritu de Jóvenes ocultos mucho mejor que sus secuelas oficiales, por mucho que Corey Feldman se esfuerce. Además, y lejos de lo habitual en estos casos, ambas series han sido publicadas en castellano, la primera de ellas por Panini (2008) y la segunda por ECC (2017). No son novedades y por ello no están disponibles, pero todavía se pueden conseguir con relativa facilidad a través de Internet o en el mercado de segunda mano.


Tras las cámaras:

Aunque no lo parezca, Jóvenes ocultos tiene ciertos puntos de contacto con St. Elmo. Ambas son películas de temática juvenil, que reflexionan sobre las dificultades del paso de la adolescencia a la vida adulta, y con actores que por aquel entonces eran jóvenes promesas (como Jason Patric, Jami Gertz, Kiefer Sutherland o los dos Coreys), arropados por intérpretes más solventes como Dianne Wiest, Barnard Hugues o Edward Herrmann. Sin embargo, frente al aspecto realista y cotidiano de la primera, Jóvenes ocultos presenta una atmósfera más inquietante y onírica, impresión reforzada por esos planos aéreos subjetivos (al igual que Peter Pan, David y sus jóvenes ocultos también pueden volar, y acechan a sus presas desde el cielo nocturno) al ritmo del “Cry, little sister” de Gerald McCann, o la inspirada versión de “People are strange” de The Doors interpretada por Echo & The Bunnymen. Jóvenes ocultos es una película de contrastes: noche y día, luz y oscuridad, terror y comedia, vida y muerte, juventud y madurez. Al igual que la Wendy de Peter, Michael y Star deciden abandonar el país de Nunca Jamás, hacerse adultos y envejecer, con todo lo que eso conlleva. No sé si eso es una moraleja o la conclusión lógica y necesaria de la película, pero qué duda cabe de que es parte de su encanto.
Capítulo aparte sería la historia de los dos Coreys (Corey Hiam y Corey Feldman) que daría para otra entrega de este blog por si sola. Baste decir que considero que Jóvenes ocultos es su mejor trabajo, ya sea individual o conjunto, y que en ninguna otra película han reflejado la misma química ni han brillado a la misma altura que esta, un clásico menor del género, pero todo un clásico, al fin y al cabo.

Nota: 7/10.

Filmografía:

- The Lost Boys (1987).
- The Lost Boys 2: the Tribe (2008).
- The Lost Boys 3: the Thirst (2010).

Bibliografía:

- The Lost Boys (novelización). Graig Shaw Gardner (1987).
- Lost Boys: Reign of Frogs (2008). Panini.
- The Lost Boys (2017). ECC.

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