Señores Oscuros del Sith


En el guion original (y en la versión novelada) de La guerra de las galaxias (1977), Darth Vader se nos presenta, entre otros títulos, como el Señor Oscuro de los Sith. Lo que hizo que muchas y muchos espectadores de la época nos preguntásemos quiénes eran los Sith, y por qué Vader era su Señor Oscuro. El propio Vader es un enigma, envuelto en su icónica armadura de soporte vital, armado con una espada luz y poseedor de unos extraños poderes que lo hacen aún más amenazador. Tampoco está clara su posición dentro del Imperio. En 1977 tan sólo sabemos que es un antiguo Jedi que traicionó a la Orden, persiguió a otros caballeros Jedi (entre ellos, el padre de Luke) y ahora está al servicio del Emperador, aunque en la película parece ocupar una posición subordinada al Gran Moff Tarkin, e incluso algunos oficiales de alta graduación se permiten encararse a él, cuando no ponen en duda sus creencias. Sin embargo, Vader sobrevive a la destrucción de la Estrella de la Muerte y en la siguiente película ya lo encontramos liderando la búsqueda de la flota rebelde desde el súper destructor estelar Ejecutor, nave insignia de la Marina Imperial.
Menos aún conocemos entonces sobre el propio Emperador, que sólo aparece mencionado en el prólogo de la novelización como un simple político corrupto, manejado por gobernadores y burócratas:

“Antaño, bajo el sabio gobierno del Senado y la protección de los caballeros de Jedi, la República prosperó y floreció. Pero, como ocurre con frecuencia cuando la riqueza y el poder superan lo admirable y alcanzan lo imponente, aparecieron seres perversos llenos de codicia.
Aquello ocurrió durante el apogeo de la República.
Al igual que los árboles de gran tamaño, capaces de soportar cualquier ataque externo, la República se pudrió en su interior, a pesar de que el peligro no era visible desde fuera.
Persuadido y ayudado por individuos turbulentos y ansiosos de poder, y por los impresionantes órganos de comercio, el ambicioso senador Palpatine se hizo elegir presidente de la República. Prometió reconciliarse con los descontentos del pueblo y restaurar las añoradas glorias de la República.
En cuanto tuvo asegurado el cargo, se declaró Emperador y se apartó de la plebe. Poco tiempo después, los mismos colaboradores y aduladores a los que había investido de los títulos más eminentes, le tenían bajo control; las peticiones de justicia que lanzaba el pueblo no llegaban a sus oídos.
Después de acabar mediante la traición y el engaño con los caballeros de Jedi — paladines de la justicia en la galaxia —, los gobernadores y los burócratas imperiales se dispusieron a establecer el reinado del terror en los desalentados mundos de la galaxia.
En beneficio de sus ambiciones personales, muchos utilizaron las fuerzas imperiales y el prestigio del Emperador, cada vez más aislado.
Pero unos pocos sistemas se rebelaron ante estos nuevos ultrajes. Se declararon opuestos al Nuevo Orden y emprendieron la gran batalla para restaurar la Antigua República.
Desde un principio, los sistemas esclavizados por el Emperador los superaron ampliamente en número.
En aquellos primeros y oscuros días parecía indudable que la brillante llama de la resistencia se extinguiría antes de arrojar la luz de la nueva verdad en una galaxia de pueblos oprimidos y vencidos...”


De hecho, Palpatine no aparece en pantalla (de forma fugaz) hasta El Imperio contraataca (1980), y no es hasta El retorno del Jedi (1983) cuando podemos verle en todo su esplendor, intrigando, manipulando los acontecimientos en la sombra, y arrojando rayos de fuerza dignos del mismísimo Zeus. Algo que no dejó de impactar a los seguidores de la saga, que ya veníamos boquiabiertos tras la mítica revelación del Episodio V (“Obi-Wan te engañó. Yo soy tu padre”) y de repente nos encontrábamos con que aquel vejete de salud delicada y falsamente encantador era un Maestro de la Fuerza capaz de rivalizar con Vader y hasta con el mismísimo Yoda. ¿Qué nos habíamos perdido? ¿Palpatine había sido también un Jedi, o había más usuarios de la Fuerza, aparte de la propia Orden? ¿Y cuál era la naturaleza exacta de la relación entre Vader y Palpatine? El Emperador es la única persona ante la cual el Señor Oscuro se arrodilla, con reverencia, mientras que Palpatine se dirige a su brazo ejecutor como “Lord Vader”, “discípulo” o “aprendiz”, dependiendo del día. Hoy sabemos que Palpatine (como Darth Sidious) tuvo mucho que ver en que Anakin Skywalker se entregase al Lado Oscuro, pero durante la trilogía clásica (1977-1983) el proceso de conversión no estaba claro, y fue una verdad que se fue revelando entrega a entrega, aunque dejando varios hechos deliberadamente a oscuras.
Lucas amplió estos y otros detalles en la segunda trilogía, que en realidad son los tres primeros episodios (1999-2003), pero antes de eso los autores y autoras del primigenio universo expandido (actualmente conocido como Legends) ya habían adelantado algunas hipótesis. Por ejemplo, en la serie de cómic Relatos de los Jedi se estableció que los Sith eran una antigua raza alienígena de hechiceros usuarios de la Fuerza que fueron sometidos por un grupo de Jedis renegados, los cuales adoptaron para sí el título de Señores Oscuros del Sith, el mismo que ostenta Vader muchos milenios después, aunque para la época del Episodio IV se supone que los Sith ya se han extinguido y apenas son un recuerdo entremezclado con mitos y leyendas. En ese sentido, cabe pensar que Vader ostentaba el título como sucesor de ese linaje de Jedis caídos, pero ¿qué pasaba con el Emperador? ¿Él no era un Sith? Y si lo era, ¿por qué Vader era el Señor Oscuro, y no él?
En cuanto a Palpatine, y a falta de más información, gente como Timothy Zahn y Michael Stackpole apuntaban que podía ser un sujeto sensible a la Fuerza, autodidacta, que habría desarrollado su talento en la sombra mientras fingía ser un político débil y manipulable. En su trilogía sobre la Nueva República, Zahn menciona el interés del Emperador por los asuntos Jedis, y su amistad con el desaparecido Jedi Jorus C’Baoth, así como su afición por coleccionar toda clase de objetos relacionados con la Fuerza, como los que guardaba en su fortaleza del monte Tantiss, o el Holocrón Sith que le muestra a Luke Skywalker en las páginas de Imperio Oscuro (1991).
Más explícito fue Tom Veitch en la antedicha Imperio Oscuro, donde nos presenta a un Emperador renacido (gracias a las técnicas de clonación), más joven y peligroso que nunca. Veitch insinúa que Palpatine está tan consumido por el Lado Oscuro que su envoltorio físico se agota antes de tiempo, por lo que necesita un suministro casi continuo de clones, ya que su energía sobrevive a su portador el tiempo suficiente como para ocupar otro cuerpo (está claro que J. J. Abrams tomó buena nota de este detalle para su Episodio IX, además del planeta de los Sith Korriban, que es un claro precedente de su Exegol).


Insisto: hay que tener en cuenta que todas estas preguntas nos las hacíamos entre 1977 y 1998, cuando nadie sabía que Palpatine era en realidad Darth Sidious, ni habíamos oído hablar de la regla de Dos (un Maestro, un aprendiz). De hecho, en la mayoría de los cómics y novelas de la época el Emperador era considerado un autodidacta en el uso del Lado Oscuro de la Fuerza, pero nunca se le nombra como Sith, ni mucho menos como Darth Sidious. El estreno de la segunda trilogía (o primera, desde el punto de vista cronológico) y de las series de animación sobre las Guerras Clon trajeron consigo toda una avalancha de datos que tuvieron que ser introducidos con efecto retroactivo en la continuidad de la saga, aunque creasen algunas contradicciones. Según Lucas, los Sith siempre han sido dos, Maestro y aprendiz, mientras que en las historias anteriores al Episodio I llegó a haber cientos de ellos, ejércitos e incluso tribus perdidas de los Sith. De nuevo, el universo expandido tuvo que acudir al rescate, a través del personaje de Darth Bane, el Lord Sith que estableció la regla de Dos unos dos mil años antes de los eventos de La amenaza fantasma (1999). La historia de Bane se narra en la miniserie Jedi vs Sith de Darko Macan (2001) y, con más detalle en su propia trilogía de novelas, escrita por Drew Karpyshyn entre 2006 y 2010. Tras él, los Sith se convierten en un mito, una leyenda urbana apenas conocida por los Jedi y unos pocos iniciados, lo que les permite sobrevivir y manipular los acontecimientos desde las sombras.
Otra de las novedades aportadas por Lucas en la segunda trilogía es que los Sith no son una escisión de los Jedi, sino que tienen su propia Orden, con sus propias reglas e ideas acerca del uso de la Fuerza. Sin embargo, un Jedi sí puede acabar convirtiéndose en un Sith si se acerca demasiado al Lado Oscuro (caso del conde Dooku, o del propio Vader, por poner un par de ejemplos). Aunque en general ambas órdenes se nos presentan como contrapuestas, las dos tienen muchos puntos en común: tanto Jedi como Sith son usuarios de la Fuerza y, si acaso, difieren en sus fines y en el uso que hacen de ella, tal y como explicaba el Maestro Yoda en El Imperio contraataca (1980):

“El lado oscuro no es más fuerte. Más rápido, fácil y seductor, sí, pero no necesariamente más fuerte”.

Sin embargo, no pocos caballeros Jedi caen en la tentación de coquetear con el Lado Oscuro. Anakin Skywalker lo hace, así como su hijo Luke en Imperio Oscuro, Quinlan Vos durante las Guerras Clon, el ya mencionado conde Dooku, e incluso Jacen Solo, uno de los hijos de Han y Leia, terminará convertido en el Lord Sith Darth Caedus. Por el contrario, Darth Sidious y su maestro, Darth Plagueis son Sith de pura cepa, que no han necesitado pasar por la Orden Jedi para obtener el título de Darth. Sidious, de hecho, tiene hasta tres aprendices consecutivos: Darth Maul, Darth Tyrannus (Dooku) y Darth Vader. De todos ellos, Vader parece el más prometedor, al menos hasta que sufre el accidente que le deja atrapado para siempre en su armadura de supervivencia. Sin embargo, el odio es una de las mejores fuentes de poder del Lado Oscuro y, de eso, Vader va servido, aunque sus capacidades palidecen frente a las del Emperador, capaz de regresar de la muerte una y otra vez gracias a las enseñanzas de su Maestro, el antedicho Darth Plagueis.
De hecho, se ha especulado con que la concepción inmaculada de Anakin Skywalker puede haber sido el resultado de los experimentos de Plagueis (y del propio Palpatine) sobre la Fuerza, los midiclorianos y el origen de la vida, lo que viene a establecer una especie de conexión soterrada entre el Emperador y el joven Jedi y, por extensión, entre el linaje de los Palpatine y el de los Skywalker, conexión que se confirma en el Episodio IX cuando Rey, la nieta del Emperador, se autoproclama como la legítima heredera y sucesora del legado de Luke Skywalker (e, indirectamente, del propio Anakin, cumpliéndose así la profecía sobre el Elegido, o, en este caso, Elegida).


Capítulo aparte merecen los midiclorianos, una vuelta de tuerca que Lucas se sacó de la manga en el Episodio I (1999) para explicar la conexión entre la Fuerza y sus potenciales usuarios, cuya capacidad dependía de su nivel de midiclorianos en las células. Aunque parecía una forma sencilla de explicar cómo reconocían los Jedi a los candidatos a formar parte de la Orden, no faltó quienes pensaron que era algo innecesario y le restaba a la Fuerza algo de ese carácter místico y espiritual que se intuía a través de las palabras del anciano Ben Kenobi, o del maestro Yoda, los cuales – por cierto – nunca sacaron el tema durante sus frecuentes conversaciones con el joven Luke Skywalker (“Joven Luke, ¿de los midiclorianos hablado ya te he?”). De hecho, no deja de ser significativo que los microbios de marras no se hayan vuelto a mencionar tampoco en la actual era Disney, ya sea en pantalla o en los cómics y novelas del nuevo Canon, el cual respeta a grandes rasgos lo establecido en las seis películas anteriores, además de la serie de animación The Clone Wars.


No está claro, sin embargo, donde deja eso a Dart Singus, Darth Revan, Darth Bane, Darth Tenebrous, Darth Plagueis o Darth Krayt, entre otros Sith de renombre, cuya canonicidad pende ahora de un hilo. Disney ha hecho sus propios retoques a la historia y naturaleza de los Sith, reduciendo su presencia en pantalla al menos hasta el Episodio IX, dónde un redivivo Emperador y sus acólitos se proponen reconquistar la galaxia mediante su propio ejército Sith, que a priori parece una evolución más radical y extrema de los soldados y naves imperiales de toda la vida, aunque con unos uniformes y colores diferentes. Caso aparte es el de Kylo Ren (Ben Solo), cuyo personaje, si bien recuerda poderosamente a Darth Vader, se define a sí mismo como un caballero de Ren, ni Jedi ni Sith y, de hecho, no ostenta el título de Darth en su nombre, aunque su filosofía personal, y su comportamiento, recuerden a muchos de los Señores Oscuros aquí mencionados. La propia Rey se vio en su momento tentada por el Lado Oscuro (a través de Kylo Ren) y se rumorea que en el proyecto de guion para el episodio IX de Colin Trevorrow se iba a ahondar aún más en la naturaleza dual de la protagonista, aunque el giro de 180º impuesto por J. J. Abrams pasó de puntillas sobre el tema, limitándose a algunos flashbacks durante la escena en que Rey explora las ruinas de la segunda estrella de la muerte. Quizás en el próximo Episodio X, o en futuras series de imagen real (como The Acolyte) se nos amplíe más sobre la orden Sith, sus orígenes y sus objetivos. Pues la luz no puede existir sin la oscuridad, y el orden necesita al caos tanto como los Jedi necesitan a los Sith, para mantener el tan traído y llevado equilibrio de la Fuerza:

“Vendrá un Elegido, nacido de ningún padre, y a través de él se restaurará el equilibrio final en la Fuerza”.

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