Shang-Chi y la saga del Dragón Dorado


[Originalmente publicada en el magazine Deadly Hands of Kung Fu 1-19, 24, 29, 31 y 33, y reeditada en marzo de 2020 por Panini y SD dentro de su línea Limited Edition]

Introducción:

Una de mis sagas, o miniserie-dentro-de-la-serie, favorita de todos los tiempos, desde que empecé a leerla a mediados de los setenta en la edición Vértice del magazine Deadly Hands of Kung Fu, que en el caso de la edición española incluía material de otras revistas Marvel e, incluso de otras editoriales, como el Richard Dragón de DC Comics, por lo que la numeración entre ambas colecciones no siempre coincidía. A mayor abundamiento, Vértice no se caracterizaba por su regularidad, ni por la eficacia de su distribución, lo que ponía muy difícil al lector de la época seguir la historia con un mínimo de coherencia pese a lo cual, insisto, esta saga del Ladrón Sombra se ha convertido en una de mis historias preferidas, al nivel de lo que Moench estaba haciendo junto a Gulacy en la serie regular del personaje e incluso más allá, al ser DHoKF un magazine orientado a un público más adulto y que podía permitirse, por lo tanto, arriesgar más tanto en los guiones como en la puesta en escena, servida por un Rudy Nebres en su mejor momento profesional.


La historia:

Una tranquila noche en Chinatown se transforma en una misión contrarreloj cuando Shang-Chi se ve involucrado (a su pesar) en la búsqueda del Dragón Dorado, una estatuilla que se ha convertido en el objeto de deseo entre distintas facciones: el MI6, el gobierno chino, un coleccionista privado de arte, y un misterioso personaje conocido como el Ladrón Sombra, que puede ser (o no) Cho Lee, un ilusionista experto en trucos de magia, transformismo y engaño. En cuanto al Ladrón Sombra, se proclama a sí mismo como Maestro Ninja y discípulo directo de Boddhidharma, fundador del Budismo Zen. En compañía de la hermosa Shareen, Shang-Chi se enfrentará a mil y un peligros en su empeño de ayudarla a recuperar el Dragón, a medida que se evidencia que nada (ni nadie) es lo que parece, y que, al igual que las muñecas rusas, la esquiva estatuilla esconde en su interior un secreto que va mucho más allá de su mero valor de mercado.


Valoración personal:

Esta saga del Dragón Dorado es un comic extraño ya desde el principio, aunque empieza como muchas otras aventuras del personaje, con una bella joven en apuros a la que Shang-Chi se apresta a ayudar llevado por una mezcla de ingenuidad y código personal del honor. Lo que se presenta como un simple robo se va transformando en algo cada vez más complejo a la vez que aparecen nuevos personajes y la trama da un giro inesperado cada pocas páginas, de tal forma que tan pronto uno tiene la sensación de estar leyendo una historia de espías, como viendo una película de artes marciales, o atrapado en un truco de magia del que no se sabe bien como salir. Toda la acción transcurre de noche, en ambientes exóticos y solitarios, como si los protagonistas estuviesen al margen del resto del mundo. Excepto Shang-Chi, cada personaje miente y no es lo que parece: Shareen; el mago Cho Lee; Kwai, su ayudante; Lionel Stern y su amante, Jenny Quinn; el falso Black Jack Tarr... todos ellos tienen su propia agenda y van desvelando sus cartas a lo largo de la narración. Y en medio, el más misterioso de todos, el mago Cho Lee, alias el Ladrón Sombra, el Maestro Ninja. ¿Son hermanos gemelos, dobles o la misma persona? ¿Cho Lee es un ladrón, un ninja asesino, el mejor ilusionista de la historia o todo ello a la vez? Con cada nueva entrega el argumento se vuelve más y más irreal y atrevido, hasta alcanzar su clímax en la escena en la que el Dragón Dorado crece de tamaño y devora a Shang-Chi... Sólo para encontrarse dentro de un juego de espejos digno de la galería de Han, el villano de Operación Dragón (Robert Clouse, 1973). ¿Lo que está experimentando Shang es real, u otra de las ilusiones brillantes del Ladrón Sombra? Al final, el desenlace nos deja con más preguntas que respuestas, al igual que a los propios protagonistas, ejemplificados en un confuso Tarr que no sabe muy bien lo que ha visto y vivido a lo largo de esa intensa noche.
Shang-Chi no está menos confuso que los demás, aunque en su caso su experiencia vital le ayuda a afrontar los hechos con una cierta resignación fatalista, no exenta de frustración. En toda esta historia él ha sido el único personaje sincero, el único que no tenía nada que ocultar y cuyos motivos eran puros y desinteresados, lo que hace que se sienta especialmente manipulado, como Conan al final del episodio clásico «¡Alas perversas sobre Shadizar!», cuando reflexiona: «Ella se queda con el oro, y a mi sólo me quedan los sueños». Sin embargo, al contrario que el melancólico cimerio, Shang no se va de vacío, aunque su recompensa sea más de tipo espiritual que material. Como le dice Shareen, «Es culpa mía... ¡Y lo siento! ¡Pero no perdiste el tiempo, Shang-Chi! Sólo trataste de ayudar a la gente, y de buscar la verdad. Y tuviste éxito... Es culpa nuestra. Nuestra codicia y egoísmo nos hacen indignos de tu ayuda, y hacen que la verdad sea tan amarga». En ese sentido, puede que Shang-Chi sea (como decíamos) el único que, haciendo honor a su nombre, ha aprendido algo de toda la experiencia, aunque sólo sea la moraleja que encierra el Dragón Dorado, ese mítico objeto de deseo que todos persiguen: «Sin un objetivo, la vida está vacía y carente de sentido». Una sentencia que recuerda a aquella célebre «Estaba hecho de la materia con la que se construyen los sueños» que Bogart / Spade pronuncia casi al final de El halcón maltés (John Huston, 1941).


Sobre los autores:

Doug Moench ya llevaba tiempo escribiendo las aventuras de Shang-Chi en su propia colección, Master of Kung Fu, a medias con el dibujante Paul Gulacy. Entre ambos le habían imprimido a la serie un tono a medio camino entre las artes marciales y el género de espías, con la espectacularidad de Ian Fleming pero el regusto amargo de un John Le Carré (juegos de engaño y muerte, como diría el propio Shang en más de una ocasión). Sin embargo, para esta saga que ahora nos ocupa, el guionista desarrolló un argumento más complejo (en su brevedad) y ambicioso, donde bebía de muchos géneros, e intentaba mezclar de forma más o menos equilibrada elementos de la serie original de Shang-Chi (como la presencia de Black Jack Tarr, o el juego de espías entre este, Shareen y Kwai, el secuaz de Cho Lee) con otros más adultos y oscuros e incluso a ratos, confusos (las muchas vidas del Ladrón Sombra, el dragón dorado gigante, etc), como si la percepción de los protagonistas se viese afectada por la magia o por alguna clase de substancia lisérgica.
Buena parte del encanto de la aventura proviene del esmerado trabajo de Rudy Nebres, uno de esos muchos artistas filipinos que proliferaron, y medraron, en la Marvel de la década de los setenta, pero fácilmente reconocible por su estilo dinámico, barroco e incluso algo agresivo, agresividad que va desde las poses de sus personajes (muchas veces forzadas hasta la exageración) hasta sus innovadores diseños de página, caracterizados por el uso de viñetas irregulares, fondos entremezclados y figuras que atraviesan marcos como si el espacio se les quedase pequeño. Sus figuras femeninas desbordan sensualidad, mientras que las masculinas tienen un aire fornido y atlético a la vez, y en ambos casos los rostros muestran una expresividad que contrasta con el hieratismo de Paul Gulacy. En sus manos Shang-Chi es un luchador más marcial que nunca, a la vez que le da un toque extra de sombras y misterio a sus aventuras. Por todo ello, merece la pena esta recopilación que, además de la comentada saga, recupera todas las aventuras de Shang-Chi publicadas en Deadly hands of Kung Fu y que, al contrario que la etapa de Paul Gulacy o Gene Day en la serie regular, permanecían a día de hoy inaccesibles para el gran público, así como para aquellos nostálgicos de la era Vértice que, como un servidor, tuvieron ocasión de (mal)leerlas en su momento. ¡Excelsior!

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