El Punto de Vista del Observador 5
El otro día me encontré con un viejo conocido, antiguo propietario de un quiosco que frecuentaba hace tantos años que sólo había dos cadenas de televisión. El caso es que tras los saludos y abrazos de rigor decidimos ir a tomar algo para recordar los viejos tiempos y ponernos al día. Cuando le pregunté por qué habían traspasado el negocio se quedó pensativo unos segundos y, tras echar un último trago a su cerveza, respondió: “Porque apenas daba para vivir”. Así que cuando le ofrecieron un empleo relacionado con su formación profesional este conocido no se lo pensó dos veces e hizo las maletas.
Evidentemente el suyo no fue el primero ni el único de los que frecuenté, pero es que antiguamente tenias con tu quiosquero una relación bastante más estrecha de lo habitual. En algunos aspectos te conocía mejor que tu propia familia porque con el tiempo sabía cuales eran tus vicios favoritos en cuanto a golosinas, comics, revistas, juguetes y otras chorradas varias.
Cuando servidor apenas levantaba un palmo del suelo los quioscos eran pequeñas casitas de ladrillo marrón con amplios expositores y mucho espacio interior adonde uno iba, básicamente, a comprar comics, sobres de soldados de plástico a escala o chucherias variadas. Hoy en día apenas quedan restos de estas pequeñas joyas arquitectónicas salvo por el quiosco de la plazuela de San Miguel y el de Los Campos (al menos que yo sepa).
Posteriormente este diseño tan atractivo a la par que entrañable fue substituido por aquellos chirimbolos metálicos con aspecto de modulo espacial no aptos para claustrofóbicos. Es cierto que se ganaba en superficie expositora, pero eran feos a rabiar y el quiosquero iba adquiriendo poco a poco el aspecto de un gnomo dentro de su seta. Servidor recuerda una ocasión en que un autobús municipal al dar la curva enganchó por el techo el quiosco que antaño había enfrente del instituto Jovellanos (Larga vida a todos los ex-alumnos). El probo quiosquero casi quedó aplastado bajo el peso de todos sus estantes, aunque es de suponer que se aliviaría con la generosa indemnización de EMTUSA.
Para un chaval de hoy en día es difícil de entender la importancia que tenía el quiosco en nuestra época. Era un lugar de encuentro, tertulia y aprovisionamiento de comics y otros vicios en un momento en el que todavía no existían las librerías especializadas (lo más parecido era la memorable Zapico). Tebeos aparte, también era posible adquirir canicas, sobres con soldados y juguetes militares de plástico desmontables y novelitas de aquellas de a duro escritas por autores españoles con pseudónimos anglonizantes como Lou Carrigan o Clark Carrados con títulos genéricos tan intrigantes como Punto Rojo, Servicio Secreto o La Conquista del Espacio, amén de todas las escritas por Corín Tellado o Marcial LaFuente Estefanía.
Con el tiempo este tipo de quiosco tenderete fue desapareciendo a medida que el gobierno municipal pulía sus normas estéticas de corrección urbanística retirando de las calles todo lo que podía estorbar a los peatones (p. Ej. Los quioscos) para substituirlo por sus propios obstáculos como papeleras, bancos, macetas metálicas, parquímetros, bolaños o aparcamientos de bicicletas, entre otros. Los quioscos de hoy en día ocupan bajos comerciales, como una droguería cualquiera, y para sobrevivir en los duros tiempos que corren han tenido que diversificar el negocio de tal manera que además hacen fotocopias, recargan y liberan móviles, pasan películas de VHS a DVD, copian CDS, encuadernan libros y enciclopedias, venden bebidas frías, tienen conexión a Internet u ofrecen pastas caseras. Adaptarse y sobrevivir, supongo. Pero que quieren, siempre recordaré con nostalgia aquellos tiempos en los que el quiosco era una caja de sorpresas donde acudías todo nervioso a ver que nueva colección o comic había salido, o a comprar el último número de Héroes del Espacio. Supongo que el progreso es así, que al cabo de 50 años te acostumbras y que la evolución es la supervivencia del más fuerte y demás paparruchas, pero que caray, ni todo lo antiguo era malo ni todo lo moderno es la repera. Y si no, al tiempo.
Comentarios
No haga caso a los mal pensados. Viva el Kiosko del Instituto Jovellanos, todavía recuerdo el tomo recopilatorio de los Micronautas de Michael Golden editado por Surco que tenían expuesto alli.
Y por supuesto me uno al grito de larga vida a los alumnos del Instituto Jovellanos (aunque sea por puro egoismo y porque muy buenos amigos han pasado por sus aulas).
Saludos, jose manuel.