Aquellos maravillosos años (I)

Grease (1978)
Quizás el mérito sea de George Lucas y su American Graffitti (1973), una sencilla historia sobre cuatro amigos que pasan un último verano juntos en su ciudad natal antes de despedirse y tomar distintos caminos. Ambientada en Modesto, California, en verano de 1962 la película apelaba a la nostalgia de toda una generación a partir de una sabia combinación de música rock, carreras de coches y amores adolescentes.
El mismo esquema encontramos en la inmediatamente posterior Grease (Randal Kleiser, 1978), que al igual que la película de Lucas, vuelve la vista atrás, hacia finales de los cincuenta, para contarnos el último curso de los protagonistas en el Instituto Rydel. Inspirada en el musical del mismo título, la versión fílmica añade nuevas escenas y algunos temas inéditos como el “You are the one that I want” que rompen un poco con la estética cincuentera del filme, si bien elevaron su BSO al Top 1 durante varias décadas. Básicamente, es otra historia de amor adolescente rodeada de números musicales y carreras de coches de época que remiten un poco a la antedicha película de George Lucas. Hubo un intento fracasado de convertir Grease en una franquicia que no pasó de su desastrosa secuela (Grease 2, Patricia Birch, 1982), ambientada en 1961, en la que repetían algunos de los personajes secundarios del filme original.

Porky's (1981)
Ya en 1981 llegaría Porky’s de Bob Hall, una versión gamberra (y salida de tono) de Grease y, sobre todo, de American Graffitti. Las comparaciones no son superfluas. Ambientada en el Instituto Playa Ángel, de Florida, durante el año 1954, la película narra la historia de un grupo de estudiantes obsesionados por el sexo, por practicarlo, por perder la virginidad o descubrir nuevas experiencias, según sea el caso. Algo por lo que cualquier adolescente ha pasado en algún momento de su vida, pero que aquí se plantea con un sentido del humor mucho más grueso que, en ocasiones, bordea lo escatológico, aunque vista con la perspectiva que da el tiempo, hoy nos resulte algo ingenua e incluso entrañable en su exhibicionismo carnal. A título anecdótico, hay una velada referencia a Grease, donde varios alumnos saludaban a la cámara bajándose los pantalones y exhibiendo sus nalgas. Pues bien, en Porky’s hay una escena similar (aunque con penes, en vez de nalgas) y en ambos casos la reacción del profesorado es idéntica: solicitar un dibujante para que haga retratos robots de los “miembros sospechosos” y poder identificar así a sus propietarios, aunque justo es señalar que la situación tiene mucha más gracia en la película de Hall, quizás porque en el fondo Grease es muy políticamente correcta y, aunque por el camino plantea algunos problemas típicos de la juventud de la época (como el embarazo de Rizzo) al final todo se soluciona casi por encanto, mientras que en Porky’s se debe más al ingenio de sus protagonistas, lo que no quiere decir que la película no incluya algunas cargas de profundidad como la crítica al racismo, tan imperante en la América de los años 50, los malos tratos, o ese machismo soterrado que encontramos también en Grease y contra el que Olivia Newton-John se rebela al final de la película.
Hall concibió Porky’s como un único acto. Sin embargo, dado el éxito popular (que no de crítica) del filme, aceptó rodar su secuela: Porky’s II: El día siguiente (1983), la cual - como bien indica su título - tenía lugar al día siguiente de los acontecimientos de la primera película (seguimos, pues, en 1954), aunque con peores resultados. Todavía hubo una tercera entrega (Porky’s contraataca, James Komak), ambientada en 1955, mucho más floja que sus predecesoras. Sin embargo, el humor gamberro de Porky’s y sus secuelas creó escuela, y es posible rastrear su influencia en otros títulos de la época como Aquel excitante curso (Amy Heckerling, 1982), Escuela privada... para chicas (Noel Black, 1983), e incluso en otros más recientes como la saga American Pie y similares, de los que ya hablaremos en su momento.

Desmadre a la americana (1978)
Paralelamente a Grease se estrenó Desmadre a la americana (John Landis, 1978), una película igual de gamberra que algunas de las ya comentadas, pero más crítica y dirigida a un público más adulto. Ambientada en 1962, en el selecto Faber College, entre sus alumnos encontramos nombres tan interesantes como los de Tom Hulce (Amadeus), Stephen Furst, Mark Metcalf, Kevin Bacon (Footloose) o el prematuramente fallecido James Belushi, actor fetiche de Landis, con el que repetiría en Granujas a todo ritmo (1980). Muy crítica, ácida más que irónica, Desmadre a la americana marcó época (y tendencia) con sus orgias universitarias, sus olimpiadas griegas y la rivalidad entre fraternidades que recogerían filmes posteriores como La revancha de los novatos (Jeff Kanew, 1984) y sus secuelas; Los albóndigas en remojo (Robert Butler, 1984); o, nuevamente, American Pie y sus spin-offs, relacionados entre sí por la presencia recurrente de Eugene Levy, el actor que da vida al padre de Jim (Jason Biggs).
Esta corriente retro nostálgica cristaliza en 1985 con el estreno de Regreso al futuro (Robert Zemeckis) y su secuela de 1989. La historia del joven adolescente que - pese a todas sus inverosimilitudes - viaja hacia atrás en el tiempo, hasta 1955 (mismo año en que se ambientaba la tercera entrega de Porky’s), conoce a sus aún jóvenes progenitores, enamora a su madre y ha de regresar al futuro antes de borrarse definitivamente de la existencia (y con él, a su familia) batió records de taquilla y obtuvo, ahora sí, un mayoritario respaldo por parte de la crítica especializada, que supo apreciar su humor inteligente y un guión repleto de guiños y escenas inolvidables, como la persecución en patinete, el concierto rock de Marty, o la descarga del rayo que Doc necesita para poner en marcha el Delorean, entre otras no menos entrañables. Su secuela, ambientada a tres bandas entre 1955, 1989 y 2015 (sí, 2015. ¡Qué lejos parecía ese año por aquel entonces!) aprieta el acelerador en cuanto a paradojas temporales, líneas temporales alternativas, e incluso aprovecha para revisar algunas de las escenas de la primera película con nuevos añadidos y más acción entre bambalinas. Aun hubo una tercera secuela, donde Marty y Doc viajan hasta el lejano Oeste, pero por temática (y marco temporal) queda fuera de los límites de este artículo, por lo que nos limitaremos a apuntar su existencia.

Regreso al futuro 2 (1989)
De la misma época y muy similar en su planteamiento es Peggy Sue se casó (Francis Ford Coppola, 1986), que narra las experiencias de una mujer madura y casada (Kathleen Turner) que durante un baile de Aniversario regresa (no se sabe muy bien como) a 1960, a su juventud estudiantil, teniendo así la oportunidad de corregir algunos errores de su pasado aunque al final no tengamos muy claro si todo forma parte de alguna experiencia onírica de la protagonista o, en efecto, ha conseguido retroceder en el tiempo por pura fuerza de voluntad. En su momento Peggy Sue salió muy perjudicada por la competencia (y las comparaciones) con Regreso al futuro, aunque justo es decir que más allá de la coincidencia argumental son dos películas muy distintas. Mientras que Zemeckis se inclina por la acción y la comedia fantástica más desbordante, la película de Coppola (sin ser de las más conocidas de su filmografía) es un relato intimista, nostálgico, y con un punto reivindicativo en clave femenina que se adelantaría en varios años a la Thelma & Louise de Ridley Scott (1991).
A mediados de los ochenta está claro que el cine hecho por y para adolescentes es un negocio, tal y como demuestra el éxito de Rebeldes (1983), del mismo Coppola, Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) y, sobre todo, Los Goonies (1985) de Richard Donner, títulos de los que saldrían muchos de los nombres (y rostros) más populares del cine comercial de la segunda mitad de los ochenta, y principios de los noventa. Aunque si hay un filme que, en ese sentido, destaque por encima de los demás, y condense el espíritu de toda una década, ese es sin duda El club de los cinco (1985), del cineasta John Hughes (1950-2009).

La chica de Rosa (1986)
Guionista, director y productor, Hughes debutó en el cine con 16 velas (1984), una película modesta pero en la que ya demostraba un profundo conocimiento de la mentalidad adolescente de su época, y que encumbró (fugazmente) a una jovencísima Molly Ringwald, que repetiría con Hughes en la antedicha El club de los cinco (la película que marcó a toda una generación) y en La chica de rosa (Howard Deutch, 1986), donde el cineasta cede la silla de director para encargarse del guión y de la producción ejecutiva, aunque toda la película transpire su ADN y forme, junto a las anteriores, la trilogía adolescente por excelencia. Hughes aún añadiría un nuevo éxito a su currículo con Todo en un día (1986), comedia desenfrenada y optimista que nos deja algunos de los personajes (y situaciones) más memorables del cine de los ochenta. Por desgracia, la carrera posterior de Hughes discurrió por otros derroteros hasta su fallecimiento en 2009, pese a lo cual, su legado aún perdura.
Si hay una película que rivaliza con El club de los cinco a la hora de representar en pantalla el modo de pensar y sentir de la juventud norteamericana de aquella época, esa es St. Elmo, punto de encuentro (1985) de Joel Schumacher, otro cineasta interesante perdido por el camino, más conocido en su momento por haber tomado el relevo de Tim Burton en la franquicia del Señor de la Noche (y hundirla), aunque en los ochenta nos dejó títulos tan interesantes como este St. Elmo o Jóvenes ocultos (1986), una versión moderna y vampírica del mito de Peter Pan, apoyada en un reparto interesante y una atractiva puesta en escena. Sin embargo, Jóvenes ocultos marca también el comienzo del declive de esta primera época de auge del cine nostálgico-adolescente, y aunque todavía se estrenarían con cierto éxito títulos como No puedes comprar mi amor (Steve Rash, 1987) o Juerga tropical (Carl Reiner, 1987), la moda estaba remitiendo, tal y como acreditó la fría y desencantada Golpe al sueño americano (Marek Kanievska, 1987) que supuso para la juventud de los ochenta lo que Reality bites (Ben Stiller, 1994) para la Generación X.

The Lost Boys (1987)

(Continuará).

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