Cine Maldito


En 1998 llegaba a los cines Ringu, de Hideo Nakata, una película de terror inspirada en la novela del mismo título de Koji Suzuki (publicada en 1991) la cual giraba en torno a una misteriosa cinta de video que provocaba la muerte al cabo de una semana de todo el que la viese , a menos que a su vez se la hiciese vez a otra persona. Suzuki combinaba así, con maestría, el tradicional cuento japonés de fantasmas con el incipiente mito de las leyendas urbanas, más característico de la segunda mitad del siglo XX (y lo que va del XXI) para crear un nuevo concepto de terror tecnológico, que nos ha dejado para el recuerdo filmes no menos interesantes, como Llamada perdida (Takashi Mike, 2003) o Pulse, de Jim Sonzero (2006).


En realidad, el argumento sobre una película maldita, que vuelve loco - cuando no conduce directamente a la muerte - a su visionador, es un recurso habitual del cine y la literatura de terror, cuyos orígenes pueden rastrearse en el Hollywood clásico (ahí está la misteriosa Londres después de medianoche, de Tod Browning, 1927) e incluso, yendo más allá, supone la versión Hollywoodense del viejo concepto acerca del libro maldito cuya lectura provoca la muerte o la locura a quién tiene la osadía de acercarse a sus páginas, como sucede con el mítico Necronomicón de H. P. Lovecraft, o con la obra que a su vez sirvió de inspiración a este: El rey de amarillo (1895), de Robert W. Chambers, cuya influencia ha llegado hasta nuestros días y es perceptible en series de tanto éxito como la primera temporada de True Detective (2014) de Nic Pizzolato. De hecho, Rúst. Cohle (Matthew McConauguey) es un personaje de profundas resonancias lovecraftianas, pese a que a priori su forma de ser pudiera parecernos lo más opuesto al carácter del genio de Providence. Y, sin embargo, hay auténtica magia primordial en esas escenas donde las leyes de la naturaleza se retuercen para permitirle a Cohle un atisbo de lo que acecha al otro lado. Si Lovecraft hubiese sido cineasta, ni él mismo hubiese sido capaz de plasmar en imágenes dichos momentos con tanta fuerza.


No es que Hollywood ande escaso de sus propios filmes malditos (Poltergeist, 1982, de Tobe Hooper; El Cuervo, 1994, de Alex Proyas, etc.), tal y como magistralmente resume Jesús Palacios en su ensayo Hollywood Maldito (2014) que, siguiendo la estela de Kenneth Anger, explora el lado más mistérico e iniciático de la edad de oro de la meca del cine, repleta de exiliados y aventureros oriundos de Alemania y la Europa del Este, con unas ideas muy particulares acerca de cómo debía de ser el cine y, sobre todo, del mensaje que querían transmitirle al público, tal y como es el caso de la productora Prana-Film y su hombre estrella, F. W. Murnau, realizador del clásico del horror Nosferatu (1931), cuya naturaleza supersticiosa han reflejado el cineasta E. Elías Merhige en el filme La sombra del vampiro (2000), y más recientemente el escritor Toni Bascoy en su ingeniosa novela Sherlock Holmes contra Nosferatu, de 2016. En el ínterin, encontramos títulos no menos interesantes, como La fiesta de Orfeo, de Javier Sánchez Márquez (2009) o (precisamente) Londres después de medianoche (2014), del escritor mexicano Augusto Cruz, que recupera el título de la obra clásica de Browning para escarbar en las raíces del misterio, a la vez que nos ofrece un lisérgico viaje a través del tiempo y el espacio, desde los orígenes de la industria del celuloide al interior de la selva azteca, pasando por los oscuros despachos del FBI y la omnipresente sombra de su director, J. Edgar Hoover. Pero no nos anticipemos.


Entre los pioneros del "cine maldito" hay que destacar filmes tan originales como el casi olvidado Arrebato (1987) de Iván Zulueta, o ese híbrido entre ejercicio de estilo visual (y subliminal) y homenaje a Alfred Hitchcock llamado Angustia, rodado en 1987 por un Bigas Luna que aun no había alcanzado el éxito de crítica y público del que disfrutaría tras su bizarra trilogía Hispánica, pero que ya apuntaba maneras en este thriller psicológico sobre un oftalmólogo, aficionado a coleccionar ojos, que se siente cada vez más perturbado por la visión de una película de cine, hasta el punto en que realidad y ficción comienzan a difuminarse, tal y como ocurre en el clásico Demons (1985) de Lamberto Bava, donde unos espectadores se encuentran atrapados dentro de un cine a medida que lo que ocurre en pantalla empieza a reflejarse en el mundo real. Aunque sin duda alguna, si hay alguien que haya explorado a fondo los lazos entre ficción y realidad, ese ha sido el cineasta canadiense David Cronemberg, pionero y profeta de la Nueva Carne, en filmes tan vanguardistas y atrevidos como Videodrome, de 1985 ("¡Muerte a Videodrome! ¡Larga vida a la Nueva Carne!"), o la posterior Existenz (1999).


Volviendo a la literatura, 1989 es el año en que se publica Imágenes malditas, de Ramsey Campbell, cuya trama gira en torno a una misteriosa película perdida, La torre del miedo, protagonizada por Boris Karloff y Bela Lugosi, la cual nadie ha podido ver completa sin sufrir alguna desgracia o caer en la locura, en la mejor tradición del género. El propio Campbell había ensayado un argumento parecido en otra novela anterior, El parásito (1980), donde los protagonistas son un matrimonio de aficionados al cine, cuyo trabajo les lleva a investigar el cine alemán durante el periodo de entreguerras, y la relación entre el nazismo y determinados ritos y creencias sobrenaturales practicadas por los jerarcas del partido, tema este que el autor llevaría aun más allá en Los sin nombre (1981), brillantemente adaptada a la gran pantalla por Jaume Balagueró en 1999.
Con un planteamiento similar al de Imágenes malditas encontramos La fiesta de Orfeo (2009), del español Javier Sánchez Márquez, un brillante homenaje a Peter Cushing y al cine de la Hammer que rebosa pasión por el celuloide en todas y cada una de sus páginas. Como telón de fondo, La fête du Monsieur Orphée, un rollo de película de los años 20 que, al igual que otras historias aquí comentadas, lleva la muerte consigo. Más curioso es el caso de Londres después de medianoche (2014) de Augusto Cruz, ya que se inspira en una genuina película perdida (y maldita) como es la de Tod Browning de 1927, protagonizada por Lon Chaney, uno de los nombres clásicos del cine mudo de terror, que aquí ofrecía una de sus mejores caracterizaciones, aunque a día de hoy tan sólo podamos apreciarlo gracias a varios fotogramas e imágenes promocionales dispersas, ya que el original se quemó durante el incendio de un almacén de la MGM en 1967, pese a lo cual a lo largo de los años han circulado rumores acerca de copias perdidas como la que da pie a esta novela.


Hasta aquí hemos hablado de películas malditas, pero hay otra vertiente dentro de este género-dentro-del-género cuyo mejor exponente es la película En la boca del miedo (1995) de John Carpenter, donde el director de Halloween (1978) y La Cosa (1982) se atreve a reinterpretar en imágenes (y con notable éxito) la extraña cosmogonía de H. P. Lovecraft (si, el creador del Necronomicón). En la cinta, las criaturas del Más Allá utilizan a un escritor, Sutter Cane, para influenciar a la gente y debilitar las barreras que separan su mundo del nuestro. El golpe de gracia tiene lugar cuando el último best-seller de Cane se lleva al cine, alcanzando así a un público mucho más amplio, lo que multiplica exponencialmente sus efectos. De esta manera los Antiguos Dioses se rinden (irónicamente) a la tecnología humana para sobrevivir, al igual que los fantasmas de Ringu, Ju-on o Llamada perdida, o el propio Rey de Amarillo en el relato "Noche de cine en casa de Phil" (2012) de Don Webb. Un plan similar al que utiliza la implacable Dama del Mediodía de Experimental Film (2015) de la escritora canadiense Gemma Files, que presenta más de un paralelismo con el personaje de Robert W. Chambers (ambos tienen raíces medievales europeas y exhiben una notable predilección por el color amarillo, además de provocar daños casi irreversibles a quienes se exponen a su vista). Por lo demás, la novela de Files hace un interesante repaso acerca de la historia y situación actual de la industria del cine en su país, al igual que hacían en su momento Ramsey Campbell en Gran Bretaña o Augusto Cruz en México, sin descuidar por ello el sense of wonder, así como la capacidad de aterrorizar al espectador, que Carpenter condensa de forma magistral en su película con ese impagable Sam Neill comiendo palomitas y cediendo a la locura mientras se contempla a sí mismo en la pantalla de un cine devastado, en un mundo invadido por las entidades que acechan al otro lado del celuloide. Y es que no está muerto lo que yace eternamente, y hasta el gran Cthulhu puede mostrase sensible a las luces de las cámaras y de los focos.

Un, dos, tres, ¡rodando! (Y no se coman al director, por favor).


Bibliografía:

- El Rey de Amarillo, de Robert W. Chambers (1895).
- Hollywood, Babilonia (I y II), de Kenneth Anger (1965).
- El Parásito, de Ramsey Campbell (1980).
- Imágenes malditas, de Ramsey Campbell (1989).
- Ringu, de Koji Suzuki (1991).
- La fiesta de Orfeo, de Javier Sánchez Márquez (2009).
- "Noche de cine en casa de Phil" de Don Webb (2012).
- Londres después de medianoche, de Augusto Cruz (2014).
- Hollywood maldito, de Jesús Palacios (2014).
- Experimental film, de Gemma Files (2015).
- Sherlock Holmes contra Nosferatu, de Toni Bascoy (2016).

Filmografía:

- Londres después de medianoche, de Tod Browning (1927).
- Arrebato, de Iván Zulueta (1979).
- Poltergeist, de Tobe Hooper (1982).
- Videodrome, de David Cronenberg (1983).
- Demons, de Lamberto Bava (1985).
- Angustia, de Bigas Luna (1987).
- En la boca del miedo, de John Carpenter (1995).
- Ringu, de Hideo Nakata (1998).
- Existenz, de David Cronenberg (1999).
- La sombra del vampiro, de E. Elías Merhige (2000).
- Llamada perdida, de Takashi Mike (2003).
- Pulse, de Jim Sonzero (2006).
- True detective, T1, de Nic Pizzolato (2014).

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