Nunca estaremos más vivos que ahora /03

Durante los cuatro días siguientes apenas tuve contacto con la señorita Vega, ocupado como estaba en preparar el golpe y otras cuestiones personales. Finalmente, fue ella la que me llamó para saber cómo iba todo.
- Bien. He localizado a la empresa que se encarga del mantenimiento del jardín de la finca y, por un módico precio, han aceptado regar el césped con nuestro compuesto. De hecho, hace un par de días que los guardias prefieren patrullar sin los perros, porque los animales están demasiado inquietos. Las pruebas con las cámaras también han salido bien, así que yo no lo dejaría mucho más para allá. Mañana por la tarde, como muy tarde. Si esperamos al fin de semana es posible que Román regrese de improviso, y con él ahí sería imposible hacerlo.
- Perfecto. ¿Lo ves? Sabía que hacia bien confiando en ti.
- Respecto a eso, tengo que preguntártelo de nuevo por última vez: ¿estás segura de que quieres seguir adelante con esta locura?
- Ya te he dicho que sí.
- Lo sé, pero tenía que asegurarme. Muy bien, busca ropa cómoda y oscura. Ya te consigo yo un pasamontañas. Calzado deportivo. Guantes. Nada de llaves, ni de teléfonos móviles, ni cualquier otra cosa que haga ruido.
- Entendido. ¿Algo más?
- Sí. Ten a mano el teléfono de un buen abogado, por si acaso. Puede que lo necesitemos antes de que acabe la semana.
- Aguafiestas - me espetó, burlona; pero como ya he mencionado varias veces a lo largo del camino, yo no las tenía todas conmigo. Algo me olía mal en todo aquel asunto pero sabía que no descubriría exactamente el qué hasta que ya fuese demasiado tarde, como siempre que la señorita Vega andaba de por medio.
Sin embargo, la primera parte del plan salió razonablemente bien. Logramos saltar el muro, introducirnos en la casa y llegar hasta el despacho de Román sin que nadie nos viese, y sin que saltase alarma alguna. Una vez ahí Adriana se aplicó en abrir la caja fuerte mientras que yo vigilaba el pasillo. Sabía que la garita de vigilancia estaba abajo, en el garaje, y que los guardias no solían subir a las plantas superiores salvo para comprobar que las ventanas estaban debidamente cerradas, pero hasta el mejor plan puede venirse abajo por el menor de los imprevistos.
Por suerte la caja se abrió a la primera. Mi acompañante revolvió entre el contenido, desechando carpetas y sobres de todo tipo, hasta dar con lo que estaba buscando: un pequeño disco duro multimedia de alta capacidad. Mientras se lo guardaba en la mochila me pareció ver que dejaba algo a cambio dentro de la caja fuerte: un pequeño rectángulo blanco, similar a una tarjeta de visita. Pero antes de que pudiese hacer observación alguna al respecto, la joven echó a correr en dirección a la salida haciéndome gestos imperiosos para que la siguiera.
Ahí fue donde se acabó nuestra buena fortuna. Según salíamos por la ventana del cuarto de servicio, un guardia dobló la esquina opuesta y nos dio el alto a la vez que desenfundaba su arma de reglamento.
- ¡Ni caso! - le grité a Adriana, de la que echaba a correr como alma que llevaba el diablo, y ella me imitaba -. No puede disparar si estamos desarmados.
El guardia empezó a perseguirnos pero, al darse cuenta de que no iba a poder alcanzarnos antes de que llegásemos al muro y saltásemos al otro lado, adoptó la postura de tiro, apuntó en nuestra dirección y disparó, al aire primero, y a dar después.
- ¡Pensé que habías dicho que no podía disparar si estábamos desarmados! - gritó Adriana, flexionando las piernas y rodando para amortiguar la caída. Yo, por mi parte, la seguí con mucha menos fortuna, aterrizando de cabeza en medio de un matorral de ortigas.
- ¡Me equivoqué! - repuse, poniéndome en pie de un salto y reanudando la carrera sin detenerme a tomar aliento -. Si quieres, puedes quedarte a pedir la hoja de reclamaciones.
- ¡Apuesto a que estoy mucho mejor en forma que tú, tío listo! - exclamó, de la que me adelantaba al trote en dirección a donde habíamos dejado discretamente aparcado el vehículo.
- Puede, pero yo tengo las llaves del coche - le recordé, de la que llegábamos junto al 405 gris marengo que me había proporcionado Gabriel para la ocasión. Parecía un viejo montón de chatarra, pero el motor daba sus buenos 225 caballos de potencia y las placas de la matrícula se correspondían con la de otro vehículo vendido por piezas tres años atrás. En teoría, aquel debería haber sido el final de nuestra pequeña aventura, pero la empresa de seguridad de Román disponía de su propia flota de vehículos y antes de que pudiéramos dar la primera curva de vuelta a Oviedo nos encontramos con un Ford Mondeo blanco pisándonos los talones, al tiempo que rompía la tranquilidad de la noche con el aullido de su sirena y el vaivén de sus luces destellantes.
- Tenemos un problema.
- ¿Por qué? ¿No puedes dejarlo atrás?
- No en esta carretera. Y además, no necesita alcanzarnos, solo seguirnos e ir chivando nuestra posición a las patrullas de la guardia civil, como aquel motorista del sur.
- Pues échalo de la carretera.
- No son policías corruptos, tan sólo unos tipos mal pagados que están haciendo su trabajo. Además, si dejo que se acerquen demasiado, pueden sentir la tentación de volver a dispararnos de nuevo.
- Entonces, es una suerte que haya traído esto - dijo mi interlocutora, sonriente, de la que rebuscaba en su mochila hasta encontrar una bolsa de cuero de la que extrajo varios objetos metálicos similares a rompecabezas puntiagudos.
- ¿Qué diablos es eso?
- Tetsubishi japoneses. Uno de los juguetes preferidos de los ninjas.
- ¿De dónde los has sacado? - pregunté, mientras daba un volantazo para esquivar una farola.
- Tranquilo. Yo también tengo mis contactos - me dijo, mientras sacaba medio cuerpo por la ventanilla para arrojar los pinchos en el camino de nuestros perseguidores. Apenas habían pasado un par de segundos cuando se oyó el característico sonido de un reventón y el conductor del Mondeo perdió el control del vehículo, que comenzó a derrapar hacia la derecha, esquivando un árbol por la mínima, hasta detenerse chocando contra un contenedor de basura situado al margen de la carretera.
- ¿Soy o no soy genial? - inquirió mi acompañante, de la que volvía a ajustarse el cinturón de seguridad. Era una pregunta retórica, así que me limité a gruñir para dentro por respuesta mientras, libres de nuestros perseguidores, llegábamos a la altura de la Avenida de los Monumentos para a continuación salir a la calle de Pepe Cosmen y terminar de perdernos por las callejuelas que había entre la Plaza de Eduardo Urculo y el campus del Milán. Allí cambiamos el 405 por mi Volvo, que había dejado previamente aparcado por la zona el día anterior. No es que mi c70 cabrío pasase muy desapercibido, pero era el colmo de la discreción frente al Mini Cooper blanco y rosa fucsia de mi cómplice. Un colega de Gabriel se encargaría de recuperar el Peugeot y de volver a cambiarle las placas de la matrícula por la mañana. A todo esto mi acompañante estaba cada vez más excitada, y apenas tomé la avenida de Pumarín en dirección al centro, aprovechó el primer semáforo en rojo para abalanzarse sobre mí y besarme como si quisiese extraerme hasta el último soplo de aire de los pulmones.
- ¿A qué ha venido esto? - logré preguntar, una vez que hube recuperado el aliento.
- ¿Tú qué crees? No me digas que ahora mismo no te sientes más vivo que nunca. Ese subidón de adrenalina que tienes cuando te lo has jugado todo a doble o nada, y has ganado. Como después de la pelea con Martin, o en Málaga, hace unos años. ¿Te acuerdas?
- Creo que tenemos una idea muy diferente de lo que es pasar una noche de juerga, señorita Vega.
- No te creo. De hecho, estoy segura de que ni siquiera tú terminas de creerte a ti mismo. Sabes que nunca estaremos más vivos que ahora. El pasado está muerto, el futuro no existe todavía. Este mágico y fugaz instante es lo único que realmente nos pertenece - afirmó, muy seria y con una melancolía impropia de alguien de su edad o, al menos, de alguien que no hubiese vivido (y sufrido) lo mismo que ella había vivido desde muy joven.


(Continuará...).
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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