Ray Bradbury, el cronista de Marte (3)
El Hombre Ilustrado (1951) parece la elección adecuada para cerrar este breve repaso por la obra de uno de los escritores más populares del género. En parte porque es su título más conocido junto a Crónicas Marcianas y Fahrenhait 451 (ver entradas anteriores), y en parte porque recopila lo mejor de la producción breve del propio Bradbury. Sin embargo, lejos de ser una antología convencional, de esas que se limitan a recoger varios relatos dispersos de su autor y editarlos sin mucho orden ni concierto, Bradbury decidió escribir una nueva historia que sirviese a modo de prólogo, epílogo y columna vertebral de toda la obra y le confierese una armonía pocas veces encontrada en un trabajo de estas características.
Efectivamente, en esta colección de historias entrelazadas el narrador conoce al misterioso Hombre Ilustrado, un curioso personaje con el cuerpo completamente cubierto de tatuajes. Sin embargo, lo más significativo e inquietante es que esas ilustraciones están mágicamente vivas y cada una de ellas empieza a contar su propia historia, como en "La pradera", donde unos niños llevan un juego de realidad virtual más allá de sus límites. O en el mítico "Caleidoscopio", el cual narra el sobrecogedor relato de un astronauta que se dispone a entrar - y quemarse - en la atmósfera terrestre sin la protección de una nave espacial. O en "La Hora Cero", en el que los invasores extraterrestres han encontrado unos aliados lógicos y sorprendentes: los niños terrícolas. Como dice el propio Bradbury en la introducción a la obra, "Un cuento tras otro, El Hombre Ilustrado esconde metáforas a punto de estallar". Cada uno de los 18 relatos que componen esta colección es una muestra del talento de su autor y pese al tiempo que ha pasado desde su publicación original, no han perdido un ápice de fuerza ni de vigor narrativo.
Con posterioridad Bradbury publicó otras recopilaciones de relatos como Cuentos del futuro (1960) o Cuentos espaciales (1966), todas ellas de gran valor literario pero que no han tenido la misma repercusión que la que ahora nos ocupa, acaso porque El Hombre Ilustrado condensa en sus páginas la esencia del mejor Bradbury: historias adictivas, que te enganchan desde el primer párrafo, y que exhiben una notable variedad de registros que van desde la ciencia-ficción al suspense pasando por el terror más descarnado, pero siempre sin perder de vista ese espíritu nostálgico y antitecnológico que empapa todas y cada una de sus páginas. Asimismo, el recurso de escribir un relato para vertebrar a todos los demás y darles así una nueva dimensión ha creado escuela, y su influencia es perceptible en otros autores como Bob Shaw y su ciclo del Cristal Lento, o las antologías de relatos del joven Isaac Asimov. Algunas de estas historias, por último, sirvieron de banco de pruebas para otras, tal y como es el caso de "Los desterrados", que (tal y como apuntábamos en la entrada anterior) sirvió como inspiración parcial para Fahrenhait 451.
Releer a Bradbury a estas alturas, cuando llevamos diez años recorridos del siglo XXI, resulta una experiencia refrescante frente a tanto best-seller pretencioso de los que pueblan los estantes de nuestras librerías. Curiosamente, muchas de las novedades que el autor apuntaba en su obra en su momento son moneda de uso corriente hoy en día: las pantallas de televisión ocupan paredes y exhiben folletines interactivos, unos auriculares wifi transmiten a todas horas una insípida corriente de música y noticias, en las carreteras los coches circulan a más de 150 kilómetros por hora y los lectores de libros en formato electrónico empiezan a desplazar al papel impreso. Sin embargo, no es esa capacidad premonitoria lo que más nos atrae de su producción, sino la magia que destilan todas sus historias y que ahora, como en 1951, conserva toda su capacidad para fascinarnos; quizás porque dentro de todos nosotros aun acecha, escondido, aquel niño que tenía miedo de la oscuridad y de todas las cosas siniestras que acechan en ella. Y es que, citando de nuevo a este gran maestro del género, "Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en qué rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana.
Para no estar muerto".
Efectivamente, en esta colección de historias entrelazadas el narrador conoce al misterioso Hombre Ilustrado, un curioso personaje con el cuerpo completamente cubierto de tatuajes. Sin embargo, lo más significativo e inquietante es que esas ilustraciones están mágicamente vivas y cada una de ellas empieza a contar su propia historia, como en "La pradera", donde unos niños llevan un juego de realidad virtual más allá de sus límites. O en el mítico "Caleidoscopio", el cual narra el sobrecogedor relato de un astronauta que se dispone a entrar - y quemarse - en la atmósfera terrestre sin la protección de una nave espacial. O en "La Hora Cero", en el que los invasores extraterrestres han encontrado unos aliados lógicos y sorprendentes: los niños terrícolas. Como dice el propio Bradbury en la introducción a la obra, "Un cuento tras otro, El Hombre Ilustrado esconde metáforas a punto de estallar". Cada uno de los 18 relatos que componen esta colección es una muestra del talento de su autor y pese al tiempo que ha pasado desde su publicación original, no han perdido un ápice de fuerza ni de vigor narrativo.
Con posterioridad Bradbury publicó otras recopilaciones de relatos como Cuentos del futuro (1960) o Cuentos espaciales (1966), todas ellas de gran valor literario pero que no han tenido la misma repercusión que la que ahora nos ocupa, acaso porque El Hombre Ilustrado condensa en sus páginas la esencia del mejor Bradbury: historias adictivas, que te enganchan desde el primer párrafo, y que exhiben una notable variedad de registros que van desde la ciencia-ficción al suspense pasando por el terror más descarnado, pero siempre sin perder de vista ese espíritu nostálgico y antitecnológico que empapa todas y cada una de sus páginas. Asimismo, el recurso de escribir un relato para vertebrar a todos los demás y darles así una nueva dimensión ha creado escuela, y su influencia es perceptible en otros autores como Bob Shaw y su ciclo del Cristal Lento, o las antologías de relatos del joven Isaac Asimov. Algunas de estas historias, por último, sirvieron de banco de pruebas para otras, tal y como es el caso de "Los desterrados", que (tal y como apuntábamos en la entrada anterior) sirvió como inspiración parcial para Fahrenhait 451.
Releer a Bradbury a estas alturas, cuando llevamos diez años recorridos del siglo XXI, resulta una experiencia refrescante frente a tanto best-seller pretencioso de los que pueblan los estantes de nuestras librerías. Curiosamente, muchas de las novedades que el autor apuntaba en su obra en su momento son moneda de uso corriente hoy en día: las pantallas de televisión ocupan paredes y exhiben folletines interactivos, unos auriculares wifi transmiten a todas horas una insípida corriente de música y noticias, en las carreteras los coches circulan a más de 150 kilómetros por hora y los lectores de libros en formato electrónico empiezan a desplazar al papel impreso. Sin embargo, no es esa capacidad premonitoria lo que más nos atrae de su producción, sino la magia que destilan todas sus historias y que ahora, como en 1951, conserva toda su capacidad para fascinarnos; quizás porque dentro de todos nosotros aun acecha, escondido, aquel niño que tenía miedo de la oscuridad y de todas las cosas siniestras que acechan en ella. Y es que, citando de nuevo a este gran maestro del género, "Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en qué rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana.
Para no estar muerto".
Comentarios
Nota: podrías eliminar para los comentarios eso de "Demuestra que no eres un robot", que en verdad resulta engorroso
http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op01538.htm